Vamos a hablar hoy de un tema de gran actualidad política, que es
el tema de la «dictadura»; entendida
ésta como autocracia, es decir, como gobierno de una camarilla o de uno solo,
opuesta a la democracia o los gobiernos “del pueblo”. Democracia que se
considera el canon para que una sociedad política sea digna de tal nombre y la
autocracia pues sería, por el contrario, una sociedad degenerada. Así se
celebrarán, con gran alborozo, la primavera árabe; en la que diversos países
musulmanes se habrían librado de dictadores, ya sea en Egipto, en Túnez o en
Libia, viéndose como la antesala de la democracia.
Sin embargo, los clásicos no han considerado que las formas de
gobierno sean por un lado la democracia y por el otro las autocracias. Como
bien sabemos, Aristóteles, que introdujo la primera tipología política
distingue, por un lado, la monarquía
o el gobierno de uno, la aristocracia
o el gobierno de varios y la democracia
o república, según los casos, que sería el gobierno de todos. Distinción que es
formal y que una vez se aplica sobre determinadas materias provoca una mezcla
de regímenes, incluso provoca la degeneración de estas tres formas canónicas;
la monarquía degenera en tiranía, la
aristocracia en oligarquía y la
democracia o república en demagogia.
Y como vemos, Aristóteles no habla de dictadura. ¿Por qué…? Porque la dictadura
no se entiende como una forma de gobierno, sino más bien como un método
provisional para salvar la legalidad o para salvar un Estado en el caso de que
se vea amenazado.
El modelo canónico de dictadura fue el de Cornelio Sila, que en
los últimos tiempos de la república romana, previos al Imperio, intentó salvar
la república nombrándose a sí mismo dictador para dictar él las normas por su
cuenta y después de unos años abandonar el poder y dejar que la legalidad
siguiera. Y esta fórmula es la que se entiende realmente como dictadura.
Ejemplos históricos hay muchos. Es el caso de Oliver Cromwell en la Inglaterra
del siglo XVII, que fue elegido dictador, democráticamente, lo que prueba que
la democracia y la dictadura no se oponen, y que gobernó durante algunos años
la Commonwealth británica, hasta que se restauró la monarquía. Simón Bolívar se
proclamó a sí mismo dictador, para luego ser Presidente vitalicio de la Gran
Colombia. Hugo Chávez, como bien sabemos, solía proclamarse también dictador en
ocasiones, mediante las Leyes Habilitantes, que le permitían durante el período
de unos meses, o incluso de años, dictar normas al margen del Parlamento; es
decir, este es el sistema de la dictadura. Como diría Carl Schmitt, la dictadura se refiere a aquél
que ostenta el poder… más allá de la legalidad o el formalismo, es decir, la
dictadura soberana.
Por lo tanto, concluiremos, que la perspectiva de distinguir entre
democracias por un lado y autocracias o dictaduras por otro es una perspectiva
propia de un pensamiento grosero, del fundamentalismo democrático que diría
Gustavo Bueno, que no ve más allá de la democracia, que la considera el fin de
la historia o incluso la fuente de todos los valores. Y de hecho, pues
regímenes como los de la República Popular China o la República de Corea no
serían propiamente dictaduras; si acaso podrían denominarse, para seguir los
cánones del marxismo, como dictaduras del proletariado. Pero ese sentir como
dictaduras del proletariado se refiere al dominio que la clase proletaria
ejercería en el socialismo. Dictadura del proletariado contrapuesta a la
dictadura de la burguesía; que a su vez, tomaría las formas ya mencionadas: ya
bien sea de la monarquía, de la aristocracia o de la democracia.
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