El Fin de la Era de América…?
El Medio Oriente, al igual que otras regiones del mundo, ha pasado por épocas que han reflejado la influencia de potencias externas, adaptándose al equilibrio de poder entre ellas. Este fue el caso durante la era del colonialismo (predominio de Gran Bretaña y Francia), la Guerra Fría (competencia entre los EEUU y la URSS) y el período transcurrido desde el final de la Guerra Fría, en el cual los EEUU se convirtieron en la única superpotencia en la región.
El paso de una época a otra, sin embargo, no está claramente delimitado y el proceso de adaptación no comienza sólo cuando una nueva era se ha “declarado”. Así, años antes de la caída de la Unión Soviética, los países comenzaron a cubrir sus relaciones con las dos superpotencias, lo que refleja sus anticipaciones del futuro estatuto del “mercado de la energía”. Hoy en día, el Oriente Medio y otras regiones del mundo están en medio de una nueva alineación que es ante todo una respuesta a las políticas y acciones estadounidenses y refleja la expectativa del vacío de poder que quedará con el fin de la “Era de América”. La re-alineación de Oriente Medio tendrá una profunda influencia en otros teatros y en los intereses nacionales y económicos de los Estados Unidos y el resto de Occidente.
El paso de una época a otra, sin embargo, no está claramente delimitado y el proceso de adaptación no comienza sólo cuando una nueva era se ha “declarado”. Así, años antes de la caída de la Unión Soviética, los países comenzaron a cubrir sus relaciones con las dos superpotencias, lo que refleja sus anticipaciones del futuro estatuto del “mercado de la energía”. Hoy en día, el Oriente Medio y otras regiones del mundo están en medio de una nueva alineación que es ante todo una respuesta a las políticas y acciones estadounidenses y refleja la expectativa del vacío de poder que quedará con el fin de la “Era de América”. La re-alineación de Oriente Medio tendrá una profunda influencia en otros teatros y en los intereses nacionales y económicos de los Estados Unidos y el resto de Occidente.
La visión estratégica del mundo de la Administración Obama
La política norteamericana en Oriente Medio, bajo la Administración Obama, tiene como objetivo, en primer lugar, reducir la imagen americana de “dureza”, especialmente en ese escenario, como parte de un cambio fundamental en la política exterior y de defensa de EEUU. La nueva política estadounidense ya ha encontrado su camino en seis principales documentos políticos emitidos tras el primer año de la Administración; entre el 01 de febrero y 29 de mayo de 2010:
(1) el Informe de Revisión de Defensa Cuadrienal; (Quadrennial Defense Review Report) (QDR)
(2) el Informe de Revisión de Misiles Balísticos de Defensa, ambos del 01 de febrero; (Ballistic Missile Defense Review Report) (BMDR)
(3) el Informe de Revisión de la Postura Nuclear, emitido el 06 de abril; (Nuclear Posture Review Report) (NPR)
(4) El nuevo Tratado START firmado por EEUU y la Federación Rusa (Praga, 08 de abril);
(5) La Declaración en la Conferencia de la Cumbre Nuclear de Washington (el 12 de abril);
(6) y la Estrategia de Seguridad Nacional para 2010, publicada el 29 de mayo.
En conjunto, estos documentos representan una descripción completa de las creencias que subyacen y posee la Administración acerca de cómo funciona el mundo, qué amenazas y qué potenciales amenazas deben ser abordadas, y la mejor manera de hacerles frente. La publicación de este número de documentos de política estratégica en un período tan corto de tiempo y en una etapa tan temprana de la Administración no tiene precedentes. Los documentos reflejan más la visión del mundo de la Administración que asumió el poder, que un mero intento de interpretar los acontecimientos de su primer año en el cargo. Reflejan una evaluación estratégica basada en la suposición de que EEUU se había involucrado en una extralimitación estratégica. Llegan a la conclusión de que la solución pasa por un cambio fundamental en el Perfil estratégico de EEUU. También reflejan el supuesto de que, en los asuntos internacionales, la racionalidad inherente a todas las partes puede facilitar la resolución de conflictos mediante el diálogo, el rechazo de la confrontación y de la imagen de “dureza” y unilateralismo (los cuales son vistos como características del gobierno de Bush II), y una aversión a la excepcionalidad de América y la exportación de valores, por un lado, y una creencia en la intrínseca “rectitud” de la participación, el consenso y las “comunidades de intereses” como medio para resolver los conflictos internacionales, por otro lado.
Esta visión del mundo contradice en muchos de sus elementos clave la percepción del mundo que poseen los aliados de EEUU en el Medio Oriente (e incluso en el mundo en general) y crea un vacío en la percepción de amenazas entre los EEUU y esos países. Esto cuenta con varios elementos clave:
1. El punto de vista de la Postura Nuclear (NPR) sobre adquisición de armas nucleares por terroristas (o, alternativamente, la ruptura con un Estado nuclear que podría resultar de la transferencia de armas nucleares a los sub-estados) como la principal amenaza para la comunidad internacional en su conjunto, que puede ser mejor comprendida por la cooperación multilateral en materia de medidas técnicas, como mejor control de seguridad, identificación de isótopos y otros.
2. La adquisición de armas nucleares por Estados canallas y la proliferación posterior regional entre otros países (incluyendo, pero no sólo, el Oriente Medio) que es relegado a la condición de un desafío que puede ser contenido por la disuasión tradicional de la guerra fría. Esta posición traslada los intereses de la Administración a un diálogo con los Estados canallas que estén abiertos a la proliferación entre Estados a fin de garantizar que no proliferen a los terroristas también.
3. Una equiparación entre un Irán nuclear y una Corea del Norte nuclear, haciendo caso omiso de las motivaciones, situaciones y entornos estratégicos distintos, de los dos países.
(El NPR se refiere a los dos retos de la proliferación de la siguiente manera:
“Como el presidente Obama ha dejado claro, el peligro más inmediato y extremo de hoy es el terrorismo nuclear. Al-Qaeda y sus aliados extremistas están buscando armas nucleares. Debemos suponer que usarían esas armas si se las arreglan para obtenerlas”.
Considerando que Al-Qaeda se supone que está dispuesta a usar esas armas, la referencia a la proliferación de armas nucleares entre Estados no hace esa suposición:
“Otras amenazas apremiantes de hoy es la proliferación nuclear. Otros países (especialmente aquellos en desacuerdo con los Estados Unidos, sus aliados y socios, y la comunidad internacional en general) pueden adquirir armas nucleares. ... Corea del Norte e Irán han violado las obligaciones de no proliferación, desafiado las directivas del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, perseguido la capacidad de lanzamiento de misiles y resistido a los esfuerzos internacionales para resolver a través de medios diplomáticos la crisis que han creado. Su comportamiento provocativo ha aumentado la inestabilidad en sus regiones y podría generar presiones en los países vecinos para estudiar sus propias opciones nucleares de disuasión. Continuando el incumplimiento de las normas de no proliferación de éstos y otros países, se debilitaría gravemente la No-Proliferación Nuclear, con consecuencias adversas para la seguridad de los EEUU y la comunidad internacional.”)
De este modo, sugiere que una mayor proliferación en el Oriente Medio a raíz de la adquisición de armas nucleares por Irán puede ser contenida como en el caso de Asia oriental.
[¿Se puede “tranquilizar” a Corea del Sur del mismo modo que a Israel…?]
4. La adopción de la tesis de que una política declarada de desarme nuclear general reducirá la motivación de los Estados canallas de adquirir armas nucleares propias. Con esta tesis se acepta implícitamente la denuncia del “tercer mundo” de que la motivación fundamental que conduce a los Estados a buscar armas nucleares son los arsenales de armas nucleares en manos de las potencias nucleares veteranas e ignora las estrategias locales y las motivaciones culturales.
5. La suposición de que las garantías ofrecidas serán suficientes para detener la ola de proliferación nuclear e incluso será posible en un escenario en el que Irán se haya convertido en una potencia nuclear. Esta suposición ignora el daño que tal situación tendrá sobre la credibilidad estadounidense en la región.
6. La minimización de la posibilidad de que tales nuevos Estados nucleares en la región puedan usar realmente sus armas nucleares o que la disuasión pueda fallar en una situación de crisis cada vez mayor. La Administración claramente rechaza la opinión de que las inherentes características políticas, culturales y religiosas de la región aumenten el riesgo de una confrontación nuclear debido a la escalada en el Oriente Medio, en comparación con otros “barrios” nucleares (sub-continente indio, Europa durante la Guerra Fría y el Este de Asia).
7. El énfasis de la acción multilateral de la comunidad internacional y el “aislamiento” de los delincuentes del orden mundial como el exponente de pena máxima. El concepto que subyace en esta hipótesis es que todas las naciones acuerden un alto valor [a sí mismas] de su legitimidad internacional. La experiencia con Cuba, Corea del Norte, Irak e Irán no parece llevar a esa conclusión.
8. La degradación de la guerra contra la ideología islamista radical, hacia una contra “una red específica, Al-Qaeda y sus afiliados, quienes apoyan los esfuerzos para atacar a los Estados Unidos, sus aliados y sus socios”; haciendo caso omiso de la fuerza que la ideología islamista radical tiene en los musulmanes de a pie y el amplio apoyo que el éxito de las organizaciones terroristas tienen en la concurrencia.
Estos principios han sido puestos a prueba durante la primera mitad de la Administración Obama y han sido deficientes. El compromiso no ha logrado llevar a Irán o Corea del Norte a poner fin a sus programas nucleares, ni ha mitigado la belicosidad del régimen de Chávez en Venezuela, y sus éxitos con respecto a Rusia y China también han sido limitados. Esto se debe, principalmente, a la percepción de que Estados Unidos está de hecho “hablando en voz baja” llevando “un gran garrote”, pero sin ninguna intención presente ni voluntad futura de ejercerlo en el peor de los casos.
(1) el Informe de Revisión de Defensa Cuadrienal; (Quadrennial Defense Review Report) (QDR)
(2) el Informe de Revisión de Misiles Balísticos de Defensa, ambos del 01 de febrero; (Ballistic Missile Defense Review Report) (BMDR)
(3) el Informe de Revisión de la Postura Nuclear, emitido el 06 de abril; (Nuclear Posture Review Report) (NPR)
(4) El nuevo Tratado START firmado por EEUU y la Federación Rusa (Praga, 08 de abril);
(5) La Declaración en la Conferencia de la Cumbre Nuclear de Washington (el 12 de abril);
(6) y la Estrategia de Seguridad Nacional para 2010, publicada el 29 de mayo.
En conjunto, estos documentos representan una descripción completa de las creencias que subyacen y posee la Administración acerca de cómo funciona el mundo, qué amenazas y qué potenciales amenazas deben ser abordadas, y la mejor manera de hacerles frente. La publicación de este número de documentos de política estratégica en un período tan corto de tiempo y en una etapa tan temprana de la Administración no tiene precedentes. Los documentos reflejan más la visión del mundo de la Administración que asumió el poder, que un mero intento de interpretar los acontecimientos de su primer año en el cargo. Reflejan una evaluación estratégica basada en la suposición de que EEUU se había involucrado en una extralimitación estratégica. Llegan a la conclusión de que la solución pasa por un cambio fundamental en el Perfil estratégico de EEUU. También reflejan el supuesto de que, en los asuntos internacionales, la racionalidad inherente a todas las partes puede facilitar la resolución de conflictos mediante el diálogo, el rechazo de la confrontación y de la imagen de “dureza” y unilateralismo (los cuales son vistos como características del gobierno de Bush II), y una aversión a la excepcionalidad de América y la exportación de valores, por un lado, y una creencia en la intrínseca “rectitud” de la participación, el consenso y las “comunidades de intereses” como medio para resolver los conflictos internacionales, por otro lado.
Esta visión del mundo contradice en muchos de sus elementos clave la percepción del mundo que poseen los aliados de EEUU en el Medio Oriente (e incluso en el mundo en general) y crea un vacío en la percepción de amenazas entre los EEUU y esos países. Esto cuenta con varios elementos clave:
1. El punto de vista de la Postura Nuclear (NPR) sobre adquisición de armas nucleares por terroristas (o, alternativamente, la ruptura con un Estado nuclear que podría resultar de la transferencia de armas nucleares a los sub-estados) como la principal amenaza para la comunidad internacional en su conjunto, que puede ser mejor comprendida por la cooperación multilateral en materia de medidas técnicas, como mejor control de seguridad, identificación de isótopos y otros.
2. La adquisición de armas nucleares por Estados canallas y la proliferación posterior regional entre otros países (incluyendo, pero no sólo, el Oriente Medio) que es relegado a la condición de un desafío que puede ser contenido por la disuasión tradicional de la guerra fría. Esta posición traslada los intereses de la Administración a un diálogo con los Estados canallas que estén abiertos a la proliferación entre Estados a fin de garantizar que no proliferen a los terroristas también.
3. Una equiparación entre un Irán nuclear y una Corea del Norte nuclear, haciendo caso omiso de las motivaciones, situaciones y entornos estratégicos distintos, de los dos países.
(El NPR se refiere a los dos retos de la proliferación de la siguiente manera:
“Como el presidente Obama ha dejado claro, el peligro más inmediato y extremo de hoy es el terrorismo nuclear. Al-Qaeda y sus aliados extremistas están buscando armas nucleares. Debemos suponer que usarían esas armas si se las arreglan para obtenerlas”.
Considerando que Al-Qaeda se supone que está dispuesta a usar esas armas, la referencia a la proliferación de armas nucleares entre Estados no hace esa suposición:
“Otras amenazas apremiantes de hoy es la proliferación nuclear. Otros países (especialmente aquellos en desacuerdo con los Estados Unidos, sus aliados y socios, y la comunidad internacional en general) pueden adquirir armas nucleares. ... Corea del Norte e Irán han violado las obligaciones de no proliferación, desafiado las directivas del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, perseguido la capacidad de lanzamiento de misiles y resistido a los esfuerzos internacionales para resolver a través de medios diplomáticos la crisis que han creado. Su comportamiento provocativo ha aumentado la inestabilidad en sus regiones y podría generar presiones en los países vecinos para estudiar sus propias opciones nucleares de disuasión. Continuando el incumplimiento de las normas de no proliferación de éstos y otros países, se debilitaría gravemente la No-Proliferación Nuclear, con consecuencias adversas para la seguridad de los EEUU y la comunidad internacional.”)
De este modo, sugiere que una mayor proliferación en el Oriente Medio a raíz de la adquisición de armas nucleares por Irán puede ser contenida como en el caso de Asia oriental.
[¿Se puede “tranquilizar” a Corea del Sur del mismo modo que a Israel…?]
4. La adopción de la tesis de que una política declarada de desarme nuclear general reducirá la motivación de los Estados canallas de adquirir armas nucleares propias. Con esta tesis se acepta implícitamente la denuncia del “tercer mundo” de que la motivación fundamental que conduce a los Estados a buscar armas nucleares son los arsenales de armas nucleares en manos de las potencias nucleares veteranas e ignora las estrategias locales y las motivaciones culturales.
5. La suposición de que las garantías ofrecidas serán suficientes para detener la ola de proliferación nuclear e incluso será posible en un escenario en el que Irán se haya convertido en una potencia nuclear. Esta suposición ignora el daño que tal situación tendrá sobre la credibilidad estadounidense en la región.
6. La minimización de la posibilidad de que tales nuevos Estados nucleares en la región puedan usar realmente sus armas nucleares o que la disuasión pueda fallar en una situación de crisis cada vez mayor. La Administración claramente rechaza la opinión de que las inherentes características políticas, culturales y religiosas de la región aumenten el riesgo de una confrontación nuclear debido a la escalada en el Oriente Medio, en comparación con otros “barrios” nucleares (sub-continente indio, Europa durante la Guerra Fría y el Este de Asia).
7. El énfasis de la acción multilateral de la comunidad internacional y el “aislamiento” de los delincuentes del orden mundial como el exponente de pena máxima. El concepto que subyace en esta hipótesis es que todas las naciones acuerden un alto valor [a sí mismas] de su legitimidad internacional. La experiencia con Cuba, Corea del Norte, Irak e Irán no parece llevar a esa conclusión.
8. La degradación de la guerra contra la ideología islamista radical, hacia una contra “una red específica, Al-Qaeda y sus afiliados, quienes apoyan los esfuerzos para atacar a los Estados Unidos, sus aliados y sus socios”; haciendo caso omiso de la fuerza que la ideología islamista radical tiene en los musulmanes de a pie y el amplio apoyo que el éxito de las organizaciones terroristas tienen en la concurrencia.
Estos principios han sido puestos a prueba durante la primera mitad de la Administración Obama y han sido deficientes. El compromiso no ha logrado llevar a Irán o Corea del Norte a poner fin a sus programas nucleares, ni ha mitigado la belicosidad del régimen de Chávez en Venezuela, y sus éxitos con respecto a Rusia y China también han sido limitados. Esto se debe, principalmente, a la percepción de que Estados Unidos está de hecho “hablando en voz baja” llevando “un gran garrote”, pero sin ninguna intención presente ni voluntad futura de ejercerlo en el peor de los casos.
El poder real frente al poder percibido
El poder real de una nación es algo que sólo el liderazgo de esa nación puede saber realmente. La probabilidad de que ese liderazgo realmente emplee ese poder en determinadas circunstancias es una cuestión que no se puede responder ni siquiera por los líderes, ya que dependerá de las circunstancias, políticas y psicológicas, en ese momento. Por lo tanto, la proyección del poder no se corresponde precisamente al poder real; el poder de esa nación se mide en términos de la percepción por amigos y enemigos, por su resolución y su fuerza de voluntad. La percepción del poder estadounidense ha sido durante mucho tiempo un componente central en la seguridad de los aliados de EEUU en todo el mundo. Por lo tanto, la disminución de esa percepción por los aliados de EEUU de su voluntad/capacidad de proyectar el poder tiene implicaciones estratégicas para la seguridad de sus aliados.
Si bien esto es cierto en todos los escenarios, desde Europa Central hasta América del Sur y el Este de Asia, es particularmente agudo en el Oriente Medio, donde la resolución americana y la proyección de poder se ha puesto a prueba en los últimos años. Las expectativas y opiniones locales sobre cómo será la conducta de EEUU, y no sólo sus acciones reales, tendrá una influencia de gran alcance sobre el comportamiento de los actores locales. Las expectativas de los países de la región y los mensajes que envía Washington, voluntaria o involuntariamente, determinarán la disposición de sus aliados árabes a confiar todavía en él contra la creciente amenaza iraní.
Aparentemente, la verdadera fuerza de los EEUU no ha disminuido. El poder militar estadounidense se ha demostrado en la última década en la participación simultánea en dos guerras importantes y otras intervenciones numerosas. Objetivamente, los EEUU tienen el ejército más poderoso del mundo. El más amplio poder económico, financiero, social y tecnológico sigue siendo robusto. Pero a pesar de todas estas dimensiones, existe una creciente percepción de la decadencia del poder estadounidense. En el Medio Oriente, esta percepción se basa en la sabiduría convencional en la región que en la retirada de EEUU de Irak, dejándola al predominio iraní, participarán tanto los talibanes de Afganistán como de Pakistán; que no actuará con resolución para impedir que Irán adquiera armas nucleares (incluso a tratar de impedir que Israel actúe), e incluso intentará llegar a un “modus vivendi” con Irán como una potencia hegemónica regional.
En Asia (especialmente China) y en América del Sur (Venezuela y Brasil), existe una creciente percepción de América como un gigante en declive, socavado de su fuente esencial de poder, que es económico, e incapaz de responder a los desafíos de los mercados.
Si bien esto es cierto en todos los escenarios, desde Europa Central hasta América del Sur y el Este de Asia, es particularmente agudo en el Oriente Medio, donde la resolución americana y la proyección de poder se ha puesto a prueba en los últimos años. Las expectativas y opiniones locales sobre cómo será la conducta de EEUU, y no sólo sus acciones reales, tendrá una influencia de gran alcance sobre el comportamiento de los actores locales. Las expectativas de los países de la región y los mensajes que envía Washington, voluntaria o involuntariamente, determinarán la disposición de sus aliados árabes a confiar todavía en él contra la creciente amenaza iraní.
Aparentemente, la verdadera fuerza de los EEUU no ha disminuido. El poder militar estadounidense se ha demostrado en la última década en la participación simultánea en dos guerras importantes y otras intervenciones numerosas. Objetivamente, los EEUU tienen el ejército más poderoso del mundo. El más amplio poder económico, financiero, social y tecnológico sigue siendo robusto. Pero a pesar de todas estas dimensiones, existe una creciente percepción de la decadencia del poder estadounidense. En el Medio Oriente, esta percepción se basa en la sabiduría convencional en la región que en la retirada de EEUU de Irak, dejándola al predominio iraní, participarán tanto los talibanes de Afganistán como de Pakistán; que no actuará con resolución para impedir que Irán adquiera armas nucleares (incluso a tratar de impedir que Israel actúe), e incluso intentará llegar a un “modus vivendi” con Irán como una potencia hegemónica regional.
En Asia (especialmente China) y en América del Sur (Venezuela y Brasil), existe una creciente percepción de América como un gigante en declive, socavado de su fuente esencial de poder, que es económico, e incapaz de responder a los desafíos de los mercados.
La política regional Americana
La participación de EEUU en el Oriente Medio y la fuerza impulsora detrás de la mayoría de las iniciativas estadounidenses en la región, desde la década de 1930, tradicionalmente se derivó de la necesidad de adquirir y mantener el acceso a intereses económicos vitales, en primer lugar, los recursos energéticos. Los supuestos que subyacen en esta visión estratégica fueron los siguientes:
• La economía de EEUU es el fundamento de todo el poder americano. Por lo tanto, una restricción en la actividad económica de EEUU, tanto dura como blanda, es, en el fondo, un ataque a los EEUU.
• El acceso ilimitado a las fuentes de energía es esencial para el crecimiento y la prosperidad de la economía estadounidense.
• El petróleo del Medio Oriente (y posiblemente el gas de Asia central) es esencial para el mantenimiento de fuentes de energía suficientes.
• Más recientemente, la imagen de Arabia Saudita y los Estados del Golfo como “cajas fuertes” de dólares, disponibles para la inversión a corto plazo. Esta es una consideración cada vez mayor a la luz del declive de la economía europea y de Europa como actor en la economía estadounidense y la competencia con China para el mercado asiático.
Con la posible excepción de la invasión de Irak (sobre el que existe un debate en la Administración acerca de la motivación), la opción de la intervención militar estadounidense ha aumentado en los últimos años sólo en los casos de un ataque directo o un peligro claro e inminente para esos intereses.
Aparentemente, la amenaza a los intereses vitales de EEUU que plantea el rechazo anticipado de los intereses económicos y el acceso a la energía por un Irán nuclear, o la ruptura de los regímenes conservadores pro-estadounidenses en la región y sustitución por gobiernos islámicos, deben ser considerados como graves.
Esto, sin embargo, no será así si la Administración considera que las amenazas a los Estados Unidos pueden ser mitigadas por la suscripción de un contrato preferente con las fuerzas (Irán y el Islam fundamentalista) que se encuentran en un curso inevitable para ganar poder en la región. En la práctica, la política de EEUU en el Oriente Medio se centra en cinco cuestiones clave relacionadas entre sí; algunas de ellas ancladas en áreas geográficas específicas, y algunas con implicaciones transnacionales:
(1) Irak (con las implicaciones para el futuro de las relaciones entre sunitas y chiítas en la región y las influencias iraníes y yihadistas),
(2) Afganistán (con implicaciones para el Pakistán y el potencial de proliferación nuclear),
(3), Irán (con implicaciones para la posible desnuclearización de Oriente Medio),
(4) Al-Qaeda; y
(5) el proceso de paz árabe-israelí.
• La economía de EEUU es el fundamento de todo el poder americano. Por lo tanto, una restricción en la actividad económica de EEUU, tanto dura como blanda, es, en el fondo, un ataque a los EEUU.
• El acceso ilimitado a las fuentes de energía es esencial para el crecimiento y la prosperidad de la economía estadounidense.
• El petróleo del Medio Oriente (y posiblemente el gas de Asia central) es esencial para el mantenimiento de fuentes de energía suficientes.
• Más recientemente, la imagen de Arabia Saudita y los Estados del Golfo como “cajas fuertes” de dólares, disponibles para la inversión a corto plazo. Esta es una consideración cada vez mayor a la luz del declive de la economía europea y de Europa como actor en la economía estadounidense y la competencia con China para el mercado asiático.
Con la posible excepción de la invasión de Irak (sobre el que existe un debate en la Administración acerca de la motivación), la opción de la intervención militar estadounidense ha aumentado en los últimos años sólo en los casos de un ataque directo o un peligro claro e inminente para esos intereses.
Aparentemente, la amenaza a los intereses vitales de EEUU que plantea el rechazo anticipado de los intereses económicos y el acceso a la energía por un Irán nuclear, o la ruptura de los regímenes conservadores pro-estadounidenses en la región y sustitución por gobiernos islámicos, deben ser considerados como graves.
Esto, sin embargo, no será así si la Administración considera que las amenazas a los Estados Unidos pueden ser mitigadas por la suscripción de un contrato preferente con las fuerzas (Irán y el Islam fundamentalista) que se encuentran en un curso inevitable para ganar poder en la región. En la práctica, la política de EEUU en el Oriente Medio se centra en cinco cuestiones clave relacionadas entre sí; algunas de ellas ancladas en áreas geográficas específicas, y algunas con implicaciones transnacionales:
(1) Irak (con las implicaciones para el futuro de las relaciones entre sunitas y chiítas en la región y las influencias iraníes y yihadistas),
(2) Afganistán (con implicaciones para el Pakistán y el potencial de proliferación nuclear),
(3), Irán (con implicaciones para la posible desnuclearización de Oriente Medio),
(4) Al-Qaeda; y
(5) el proceso de paz árabe-israelí.
Irak
El objetivo primordial de la política exterior estadounidense en Irak es poner fin a la guerra, retirar las fuerzas de EEUU y dejar la seguridad de la nueva nación en manos de las fuerzas militares iraquíes, basado en la declaración del Presidente Obama del 27 de octubre de 2009, sobre su intención de llevar la guerra a una conclusión después de una “reducción responsable” de las tropas estadounidenses de ese país. En el nivel de seguridad, este objetivo puede ser alcanzable. El Irak de hoy es muy diferente al Irak de 2006-2007. La insurgencia en Irak continúa en declive y en la actualidad no suponen una gran amenaza para la estabilidad del gobierno iraquí. Aunque Al-Qaeda en Irak y otros extremistas sunitas continúan sus ataques, hasta ahora han fallado para provocar el ciclo de violencia “donde las dan las toman” [tit for tat], de asesinatos por venganza que solía tener lugar. Por lo tanto, con o sin gran presencia americana, un retorno a la violencia sectaria de los años 2006-2007 parece poco probable: las redes terroristas sunitas han sido devastadas (de momento), los grupos militantes chiítas en su mayor parte se trasladaron al proceso político y las fuerzas de seguridad iraquíes son hoy mucho más numerosas y capaces.
Por otra parte, seis meses después de las elecciones de marzo, los partidos iraquíes no han tenido éxito en la formación de un nuevo gobierno nacional. Esto se debe principalmente a la intervención iraní. Teherán tiene un interés personal en mantener a Irak en un estado de limbo hasta después de la primera etapa de la retirada estadounidense y ha logrado hacerlo. El sentido de la creciente influencia de Irán y la disminución de la presencia estadounidense alimenta la voluntad de los partidos chiítas para tomar la posición iraní en cuenta. Otro importante desafío político a largo plazo para la estabilidad política en Irak se manifiesta en la tensión árabe-kurda en Kirkuk y otros territorios en disputa, los ingresos del petróleo y el equilibrio de poder entre el gobierno central y el gobierno regional del Kurdistán. Estas tensiones podrían llevar a un conflicto más amplio. También en este caso, a la luz de la decadencia de la influencia estadounidense, ambas partes están recurriendo a Irán y a los Estados árabes vecinos (y a Turquía) para buscar apoyos.
El hecho de que el propio EEUU no es contrario a comprometer a Irán, con el fin de garantizar un proceso de retirada ordenada, motiva la preocupación en la región de un “gran acuerdo” sobre la base de un compromiso de Irán de cooperar en Irak (y Afganistán) a cambio de un reblandecimiento de la posición norteamericana sobre el problema nuclear. Sea o no que tal negociación esté siendo contemplada por la Administración, ya no cambia la percepción en la región de que esto es probable, ni la influencia de este tipo de valoración en las posiciones de los países de la región. Los países sunitas que rodean Irak ya están desarrollando sus propias áreas de influencia y cultivan relaciones con los grupos dentro de Irak. Hoy en día ya existen estrechos vínculos entre Turquía y el Kurdistán iraquí, y entre los turcos y delegados chiítas como Muqtada al-Sadr y otros. Los EEUU pueden fomentar esta tendencia como una alternativa preferible a la influencia iraní. Irak, después de la retirada estadounidense, se convertirá en un microcosmos de luchas regionales a expensas tanto de los intereses iraquíes como de los amplios intereses estadounidenses.
Por otra parte, seis meses después de las elecciones de marzo, los partidos iraquíes no han tenido éxito en la formación de un nuevo gobierno nacional. Esto se debe principalmente a la intervención iraní. Teherán tiene un interés personal en mantener a Irak en un estado de limbo hasta después de la primera etapa de la retirada estadounidense y ha logrado hacerlo. El sentido de la creciente influencia de Irán y la disminución de la presencia estadounidense alimenta la voluntad de los partidos chiítas para tomar la posición iraní en cuenta. Otro importante desafío político a largo plazo para la estabilidad política en Irak se manifiesta en la tensión árabe-kurda en Kirkuk y otros territorios en disputa, los ingresos del petróleo y el equilibrio de poder entre el gobierno central y el gobierno regional del Kurdistán. Estas tensiones podrían llevar a un conflicto más amplio. También en este caso, a la luz de la decadencia de la influencia estadounidense, ambas partes están recurriendo a Irán y a los Estados árabes vecinos (y a Turquía) para buscar apoyos.
El hecho de que el propio EEUU no es contrario a comprometer a Irán, con el fin de garantizar un proceso de retirada ordenada, motiva la preocupación en la región de un “gran acuerdo” sobre la base de un compromiso de Irán de cooperar en Irak (y Afganistán) a cambio de un reblandecimiento de la posición norteamericana sobre el problema nuclear. Sea o no que tal negociación esté siendo contemplada por la Administración, ya no cambia la percepción en la región de que esto es probable, ni la influencia de este tipo de valoración en las posiciones de los países de la región. Los países sunitas que rodean Irak ya están desarrollando sus propias áreas de influencia y cultivan relaciones con los grupos dentro de Irak. Hoy en día ya existen estrechos vínculos entre Turquía y el Kurdistán iraquí, y entre los turcos y delegados chiítas como Muqtada al-Sadr y otros. Los EEUU pueden fomentar esta tendencia como una alternativa preferible a la influencia iraní. Irak, después de la retirada estadounidense, se convertirá en un microcosmos de luchas regionales a expensas tanto de los intereses iraquíes como de los amplios intereses estadounidenses.
Afganistán
El aumento afgano [de tropas?] declarado por el Presidente Obama (noviembre de 2009) no alcanzará el éxito del aumento en Irak. Esto se debe a las diferencias básicas entre los dos escenarios. Sin embargo, al declarar que las tropas estadounidenses comenzarán su retiro de Afganistán a mediados de 2011, el gobierno ha enviado un mensaje a todos los actores que el actual esfuerzo militar es temporal y, si pueden aguantar, la agenda americana con el tiempo se desvanecerá. Los militares de EEUU ya han reconocido la inutilidad de alcanzar los objetivos de la Administración y recomendaron un cambio de enfoque en la construcción de la nación para simplemente destruir las fuerzas de Al-Qaeda en Afganistán y crear zonas de estabilidad en el gobierno central en lugar de extender el dominio de Kabul por todo el país.
Los EEUU pueden decidir renunciar a la meta de pacificar el territorio entero de Afganistán y tratar de estabilizar las únicas áreas controladas por el gobierno central con el fin de reducir los ataques terroristas en esas áreas. Naturalmente, esto será percibido por la Administración como un logro. Sin embargo, el aumento de bajas estadounidenses podría causar un cambio en la opinión pública norteamericana, que sigue considerando a la guerra de Afganistán como una “guerra justa” contra el terrorismo, a diferencia de Irak, que fue la “guerra equivocada”. Tal cambio, llevando a la opinión pública a percibirla como una segunda “guerra de Vietnam” puede traer a la Administración a buscar una manera de “reducir las pérdidas” e iniciar una retirada incluso antes, o, por el contrario, a invertir más recursos a fin de lograr una imagen de éxito.
El precio de una estrategia americana de “cortar y correr” en Afganistán puede ser alto. El resurgimiento de la influencia talibán en Afganistán seguramente revivirá a los talibanes paquistaníes y debilitará aún más el régimen de Islamabad. Un fracasado estado nuclear de Pakistán tendrá consecuencias nefastas para el régimen de no proliferación, la desnuclearización de Oriente Medio y la potencial transformación de un Pakistán y Afganistán, juntos, en una plataforma para los ataques yihadistas contra Occidente.
Los EEUU pueden decidir renunciar a la meta de pacificar el territorio entero de Afganistán y tratar de estabilizar las únicas áreas controladas por el gobierno central con el fin de reducir los ataques terroristas en esas áreas. Naturalmente, esto será percibido por la Administración como un logro. Sin embargo, el aumento de bajas estadounidenses podría causar un cambio en la opinión pública norteamericana, que sigue considerando a la guerra de Afganistán como una “guerra justa” contra el terrorismo, a diferencia de Irak, que fue la “guerra equivocada”. Tal cambio, llevando a la opinión pública a percibirla como una segunda “guerra de Vietnam” puede traer a la Administración a buscar una manera de “reducir las pérdidas” e iniciar una retirada incluso antes, o, por el contrario, a invertir más recursos a fin de lograr una imagen de éxito.
El precio de una estrategia americana de “cortar y correr” en Afganistán puede ser alto. El resurgimiento de la influencia talibán en Afganistán seguramente revivirá a los talibanes paquistaníes y debilitará aún más el régimen de Islamabad. Un fracasado estado nuclear de Pakistán tendrá consecuencias nefastas para el régimen de no proliferación, la desnuclearización de Oriente Medio y la potencial transformación de un Pakistán y Afganistán, juntos, en una plataforma para los ataques yihadistas contra Occidente.
El desafío iraní
Probablemente, el mayor contribuyente a la percepción de la disminución en la resolución de EEUU para apoyar a sus aliados en el Oriente Medio, o alternativamente, la percepción de un cambio de conspiración no declarado en la política estadounidense de apoyo a esos aliados, ha sido la política del gobierno de Obama hacia Irán. Al parecer, las declaraciones inequívocas de no aceptación de las aspiraciones nucleares de Irán (“inaceptable”, “todas las opciones están sobre la mesa”) han dado paso a una percepción de que los EEUU ya se ha reconciliado con un Irán nuclear o incluso ha realineado sus intereses en la región para dar cabida al predominio iraní. El resultado de la política de compromiso de la Administración hasta la fecha ha sido la de alentar a Irán a tomar movimientos más estridentes y provocativos hacia una capacidad nuclear. El régimen de sanciones crea una ilusión de acción en el consenso, pero pocos creen realmente que vaya a lograr el efecto necesario.
El caso de continuar esta política es sobre todo la ausencia de alternativas y, en particular, las posibles consecuencias de una represalia iraní a un ataque militar. El argumento contra la acción militar (o incluso la amenaza de acción militar) se basa en la valoración de que dicha acción vendrá unida a una amplia respuesta iraní, que será catastrófica para la región, generando trastornos en los Estados moderados, provocando una guerra entre Irán y los Estados del Golfo, causando una fuerte subida de los precios de la energía, poniendo en peligro a las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán y dando al régimen iraní la oportunidad de hacer, por debajo, una segunda “Revolución Verde” de oposición. Esta valoración es aplicada por la Administración también a las consecuencias de un ataque israelí. La Administración es consciente del consenso entre los líderes políticos de Israel que un Irán nuclear es inaceptable y que daría lugar a una larga lista de resultados negativos: el fin del proceso de paz, socavar la estabilidad de los regímenes moderados y el fortalecimiento de Hezbollah y Hamas. Aparentemente, una amenaza creíble de Israel contra Irán serviría a los EEUU como presión contra Irán. Sin embargo, la Administración teme que incluso la percepción de apoyo de EEUU a las acciones de Israel daría lugar a reacciones graves en el mundo musulmán, dañarían regímenes amigos e inspirarían las actividades terroristas contra los EEUU.
Esta evaluación apocalíptica sobre las reacciones iraníes a un ataque militar está alimentada por varios círculos en Washington, pero es profundamente defectuosa. La capacidad militar de Irán de cerrar el Estrecho de Ormuz o de atacar intereses estadounidenses en el Golfo es limitado. Así es la capacidad subversiva y terrorista de Irán para encender el mundo árabe sunita, en respuesta a un ataque a su proyecto nuclear (muy temido por el mundo sunita). Sin embargo, hay poco o ningún reto, dentro de la Administración de EEUU, a estos supuestos que siguen determinando los límites de la política de EEUU hacia Irán.
Los eventos internos en Irán también son conjurados por la Administración como una especie de posible “deus ex machina” para resolver el problema sin violencia. Esto se basa en la creencia de que el cambio de régimen en Irán traería consigo la suspensión del programa nuclear o incluso su desmantelamiento completo. Algunos observadores sostienen que el régimen iraní va a cambiar o que el Movimiento Verde se hará cargo en un año o dos y, por lo tanto, la mejor manera de lidiar con la amenaza nuclear iraní es esperar. Éstos argumentan que, aunque el cambio de régimen en Irán probablemente no logre una democracia liberal, puede haber un ascenso al poder de los “demócratas religiosos” que tienen un interés en la restauración de la legitimidad internacional de Irán y prefieren las buenas relaciones con Occidente a la perseverancia con el programa nuclear.
Una fuente importante de diferencias entre EEUU y sus aliados en la región está en la definición del “Irán nuclear” que debe evitarse: ¿Es un Irán con una bomba nuclear que ya ha probado…? ¿Es un Irán con una bomba en el sótano…? ¿Es un Irán suficiente para fabricar una bomba o con probada capacidad para fabricar una bomba…? ¿O es un Irán con reservas de uranio enriquecido para una gran cantidad de armas y a medio año de estallarlas o desplegarlas…? Parece (aunque no existe una definición formal de la Administración en este asunto) que la definición americana es la primera: un Irán que ha completado armas y las ha probado. Para la mayoría de los países en el Oriente Medio, Israel y los países árabes, los arsenales solos serían vistos como un Irán que ya ha cruzado, de hecho, el umbral nuclear.
La Administración también parece creer que Irán no tiene realmente la intención de estallarlas con capacidad nuclear militar, pero bastará con ser un “poder en el umbral nuclear” siguiendo las líneas del modelo japonés. Esta valoración la lleva a redefinir sus objetivos con respecto a la amenaza iraní: desde la prevención completa de un Irán “nuclear” a la aceptación de Irán como un Estado en el umbral, mientras va convenciendo a Teherán de no cruzarlo.
Esta valoración, aún así, no parece contener las aguas. Hay amplia anticipación en la región que Irán no se parará en un Estado umbral y los Estados de la región se guiarán por esta evaluación y no por una actitud optimista de América. La base de esta valoración es la creencia de que Irán no puede lograr sus objetivos en la región sólo con el anuncio de dicho status. Estos objetivos: la conducción de EEUU fuera del Golfo, la imposición de la hegemonía sobre los países del Golfo, el tener inmunidad para la acción subversiva, sólo se pueden lograr realmente teniendo capacidad armamentística. La hipótesis del “umbral” podía ajustarse a la política de Irán hace unos años. Hoy en día, dado el actual equilibrio de poder entre la “vieja guardia” más circunspecta y los líderes Guardianes de la Revolución, la posibilidad de una política de alcanzar el umbral y permanecer allí es muy poco probable.
El caso de continuar esta política es sobre todo la ausencia de alternativas y, en particular, las posibles consecuencias de una represalia iraní a un ataque militar. El argumento contra la acción militar (o incluso la amenaza de acción militar) se basa en la valoración de que dicha acción vendrá unida a una amplia respuesta iraní, que será catastrófica para la región, generando trastornos en los Estados moderados, provocando una guerra entre Irán y los Estados del Golfo, causando una fuerte subida de los precios de la energía, poniendo en peligro a las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán y dando al régimen iraní la oportunidad de hacer, por debajo, una segunda “Revolución Verde” de oposición. Esta valoración es aplicada por la Administración también a las consecuencias de un ataque israelí. La Administración es consciente del consenso entre los líderes políticos de Israel que un Irán nuclear es inaceptable y que daría lugar a una larga lista de resultados negativos: el fin del proceso de paz, socavar la estabilidad de los regímenes moderados y el fortalecimiento de Hezbollah y Hamas. Aparentemente, una amenaza creíble de Israel contra Irán serviría a los EEUU como presión contra Irán. Sin embargo, la Administración teme que incluso la percepción de apoyo de EEUU a las acciones de Israel daría lugar a reacciones graves en el mundo musulmán, dañarían regímenes amigos e inspirarían las actividades terroristas contra los EEUU.
Esta evaluación apocalíptica sobre las reacciones iraníes a un ataque militar está alimentada por varios círculos en Washington, pero es profundamente defectuosa. La capacidad militar de Irán de cerrar el Estrecho de Ormuz o de atacar intereses estadounidenses en el Golfo es limitado. Así es la capacidad subversiva y terrorista de Irán para encender el mundo árabe sunita, en respuesta a un ataque a su proyecto nuclear (muy temido por el mundo sunita). Sin embargo, hay poco o ningún reto, dentro de la Administración de EEUU, a estos supuestos que siguen determinando los límites de la política de EEUU hacia Irán.
Los eventos internos en Irán también son conjurados por la Administración como una especie de posible “deus ex machina” para resolver el problema sin violencia. Esto se basa en la creencia de que el cambio de régimen en Irán traería consigo la suspensión del programa nuclear o incluso su desmantelamiento completo. Algunos observadores sostienen que el régimen iraní va a cambiar o que el Movimiento Verde se hará cargo en un año o dos y, por lo tanto, la mejor manera de lidiar con la amenaza nuclear iraní es esperar. Éstos argumentan que, aunque el cambio de régimen en Irán probablemente no logre una democracia liberal, puede haber un ascenso al poder de los “demócratas religiosos” que tienen un interés en la restauración de la legitimidad internacional de Irán y prefieren las buenas relaciones con Occidente a la perseverancia con el programa nuclear.
Una fuente importante de diferencias entre EEUU y sus aliados en la región está en la definición del “Irán nuclear” que debe evitarse: ¿Es un Irán con una bomba nuclear que ya ha probado…? ¿Es un Irán con una bomba en el sótano…? ¿Es un Irán suficiente para fabricar una bomba o con probada capacidad para fabricar una bomba…? ¿O es un Irán con reservas de uranio enriquecido para una gran cantidad de armas y a medio año de estallarlas o desplegarlas…? Parece (aunque no existe una definición formal de la Administración en este asunto) que la definición americana es la primera: un Irán que ha completado armas y las ha probado. Para la mayoría de los países en el Oriente Medio, Israel y los países árabes, los arsenales solos serían vistos como un Irán que ya ha cruzado, de hecho, el umbral nuclear.
La Administración también parece creer que Irán no tiene realmente la intención de estallarlas con capacidad nuclear militar, pero bastará con ser un “poder en el umbral nuclear” siguiendo las líneas del modelo japonés. Esta valoración la lleva a redefinir sus objetivos con respecto a la amenaza iraní: desde la prevención completa de un Irán “nuclear” a la aceptación de Irán como un Estado en el umbral, mientras va convenciendo a Teherán de no cruzarlo.
Esta valoración, aún así, no parece contener las aguas. Hay amplia anticipación en la región que Irán no se parará en un Estado umbral y los Estados de la región se guiarán por esta evaluación y no por una actitud optimista de América. La base de esta valoración es la creencia de que Irán no puede lograr sus objetivos en la región sólo con el anuncio de dicho status. Estos objetivos: la conducción de EEUU fuera del Golfo, la imposición de la hegemonía sobre los países del Golfo, el tener inmunidad para la acción subversiva, sólo se pueden lograr realmente teniendo capacidad armamentística. La hipótesis del “umbral” podía ajustarse a la política de Irán hace unos años. Hoy en día, dado el actual equilibrio de poder entre la “vieja guardia” más circunspecta y los líderes Guardianes de la Revolución, la posibilidad de una política de alcanzar el umbral y permanecer allí es muy poco probable.
Al-Qaeda
Un lema que ha caracterizado a la Administración de Obama ha tenido gran alcance en el mundo musulmán. El presidente Obama llegó al poder en un momento en que las relaciones entre los EEUU y el mundo musulmán había alcanzado su punto más bajo y se vio particularmente adecuado, como alguien que fue criado como musulmán y vivió en un país musulmán, para rectificarlas. Como parte de esta política, la Administración se niega a reconocer cualquier vínculo entre el Islam y el fenómeno del terrorismo yihadista (en la medida en que la Administración se niega a usar la terminología de “yihadistas”, basados en que “Yihad” en el Islam es una lucha moral personal) y presenta este último como una aberración sin vínculo real con el “verdadero Islam”: como actos individuales de violencia personal y no como parte de un fenómeno más amplio.
Por otra parte, la política de compromiso también ha sido de alcance no sólo a las corrientes moderadas y de buena fe musulmanas, sino también a los Hermanos Musulmanes, sus afiliados y a elementos Talibán “moderados”, en el lado sunita; y al Hezbollah libanés y a representantes iraquíes de Irán, en el lado chiíta. La razón de tal compromiso está basada en:
(1) la creencia tácita de que estos partidos no son irrevocablemente anti-estadounidenses sino que responden a las acciones de EEUU, las políticas y el rechazo del diálogo con ellos,
(2) la creencia de que la participación preeminente de estos movimientos neutralizará su radicalismo y las posiciones anti-occidentales; y
(3) la falta de voluntad para dedicar los esfuerzos necesarios, blandos y duros, con el fin de perpetuar la “vieja guardia” de los regímenes pro-estadounidenses en la región.
La insistencia en ignorar la motivación religiosa y el imperativo religioso del fenómeno yihadista está muy alejada de la sintonía con las preocupaciones de los regímenes musulmanes pro-estadounidenses; que ven el principal problema en ese imperativo. La estrategia de utilizar una “terminología desinfectada” como un medio para atraer a los radicales de su hostilidad fundamentalista religiosa, cultural y política hacia los valores que EEUU representa (al menos a sus ojos) será, en última instancia, un error.
Por otra parte, la política de compromiso también ha sido de alcance no sólo a las corrientes moderadas y de buena fe musulmanas, sino también a los Hermanos Musulmanes, sus afiliados y a elementos Talibán “moderados”, en el lado sunita; y al Hezbollah libanés y a representantes iraquíes de Irán, en el lado chiíta. La razón de tal compromiso está basada en:
(1) la creencia tácita de que estos partidos no son irrevocablemente anti-estadounidenses sino que responden a las acciones de EEUU, las políticas y el rechazo del diálogo con ellos,
(2) la creencia de que la participación preeminente de estos movimientos neutralizará su radicalismo y las posiciones anti-occidentales; y
(3) la falta de voluntad para dedicar los esfuerzos necesarios, blandos y duros, con el fin de perpetuar la “vieja guardia” de los regímenes pro-estadounidenses en la región.
La insistencia en ignorar la motivación religiosa y el imperativo religioso del fenómeno yihadista está muy alejada de la sintonía con las preocupaciones de los regímenes musulmanes pro-estadounidenses; que ven el principal problema en ese imperativo. La estrategia de utilizar una “terminología desinfectada” como un medio para atraer a los radicales de su hostilidad fundamentalista religiosa, cultural y política hacia los valores que EEUU representa (al menos a sus ojos) será, en última instancia, un error.
Las relaciones con Israel y el proceso de paz árabe-israelí
El área clave en la que la Administración ve la necesidad de proyectar una participación activa en la región es el proceso de paz árabe-israelí. La Administración tiene, en esencia, aceptada la afirmación de que el “problema palestino” y el conflicto palestino-israelí es el “tema central” del Oriente Medio y la causa fundamental de la inestabilidad en la región; y que este conflicto podría ser resuelto si no fuera por la obstinación de Israel. Los esfuerzos para promover las negociaciones entre israelíes y palestinos (y, posiblemente, las conversaciones entre Siria e Israel en el futuro) y la voluntad de arriesgarse a la confrontación y la crisis con Israel, es visto por el gobierno de Obama como un medio para ganarse la simpatía árabe y musulmana. El resultado es una política Americana respecto del proceso de paz, que es más palestino que el de los palestinos. Washington exigió un cese total de actividad de los asentamientos, incluso en Jerusalén oriental, cuando ni siquiera los dirigentes palestinos lo hicieron, y se unió a la demanda de que Israel suscribiera el Tratado de No-Proliferación. Las voces de personas cercanas a la Administración acusando a Israel, el lobby judío e incluso figuras judías dentro del gobierno, con la subversión de los intereses estratégicos estadounidenses en la región, en favor de los intereses de Israel, reflejan la verdadera opinión de aquellas personas y sirven como palanca para la inmovilización de Israel. La presentación de un conflicto fundamental de intereses entre los EEUU e Israel, respecto a Irán, exacerba esta narración.
Los esfuerzos de la Administración para distanciarse de Israel y presentar una postura “imparcial” o incluso pro-palestina, no han mejorado significativamente las posibilidades de un acuerdo de paz. La disminución en la percepción del poder estadounidense se hizo evidente en el duradero rechazo de los dirigentes palestinos a las peticiones estadounidenses para reanudar las negociaciones directas. Como la presencia estadounidense en la región disminuye, los palestinos y los regímenes árabes tendrán que tener en cuenta la creciente radicalización interna como una restricción severa contra el avance en el proceso de paz.
No obstante, al distanciarse de Israel y al bajar su perfil en el Oriente Medio en general, la Administración también se aleja de la influencia en el proceso de paz. La imagen del poder estadounidense en la región es un componente importante de la propia imagen de disuasión de Israel. Esto se expresa en la imagen misma de la capacidad americana para actuar en la región en apoyo de sus aliados y en la suposición de una alianza estratégica y una relación especial entre los EEUU e Israel. La erosión de la imagen del poder estadounidense no se debe a la percepción de sus capacidades en sí, sino a la percepción de la voluntad de los EEUU para actuar en la región en apoyo de sus aliados [falta de voluntad, de hecho], reforzada por una disminución en la percepción de la preeminencia económica de EEUU. La erosión de la imagen de apoyo a los aliados en general y a Israel en particular, tendrá un efecto perjudicial en la imagen de disuasión de Israel. Y la erosión de la disuasión de Israel tendrá, a su vez, un efecto perjudicial en la de los Estados Unidos.
El gobierno de Obama, respaldado por parte de la institución militar de EEUU, considera la acción militar israelí contra Irán como cargada de consecuencias negativas para los intereses estadounidenses. Paradójicamente, este punto de vista contradice el interés expresado por muchos de los aliados árabes de EEUU, en una solución inmediata (y militar) al programa nuclear iraní. Si tal acción, caso de llevarse a cabo, alcanza sus objetivos o no y el escenario apocalíptico de la respuesta de Irán tuviera lugar o no, un ataque israelí sin duda sería explotado por la Administración para crear una crisis con Israel a fin de demostrar la no complicidad en el ataque.
Los esfuerzos de la Administración para distanciarse de Israel y presentar una postura “imparcial” o incluso pro-palestina, no han mejorado significativamente las posibilidades de un acuerdo de paz. La disminución en la percepción del poder estadounidense se hizo evidente en el duradero rechazo de los dirigentes palestinos a las peticiones estadounidenses para reanudar las negociaciones directas. Como la presencia estadounidense en la región disminuye, los palestinos y los regímenes árabes tendrán que tener en cuenta la creciente radicalización interna como una restricción severa contra el avance en el proceso de paz.
No obstante, al distanciarse de Israel y al bajar su perfil en el Oriente Medio en general, la Administración también se aleja de la influencia en el proceso de paz. La imagen del poder estadounidense en la región es un componente importante de la propia imagen de disuasión de Israel. Esto se expresa en la imagen misma de la capacidad americana para actuar en la región en apoyo de sus aliados y en la suposición de una alianza estratégica y una relación especial entre los EEUU e Israel. La erosión de la imagen del poder estadounidense no se debe a la percepción de sus capacidades en sí, sino a la percepción de la voluntad de los EEUU para actuar en la región en apoyo de sus aliados [falta de voluntad, de hecho], reforzada por una disminución en la percepción de la preeminencia económica de EEUU. La erosión de la imagen de apoyo a los aliados en general y a Israel en particular, tendrá un efecto perjudicial en la imagen de disuasión de Israel. Y la erosión de la disuasión de Israel tendrá, a su vez, un efecto perjudicial en la de los Estados Unidos.
El gobierno de Obama, respaldado por parte de la institución militar de EEUU, considera la acción militar israelí contra Irán como cargada de consecuencias negativas para los intereses estadounidenses. Paradójicamente, este punto de vista contradice el interés expresado por muchos de los aliados árabes de EEUU, en una solución inmediata (y militar) al programa nuclear iraní. Si tal acción, caso de llevarse a cabo, alcanza sus objetivos o no y el escenario apocalíptico de la respuesta de Irán tuviera lugar o no, un ataque israelí sin duda sería explotado por la Administración para crear una crisis con Israel a fin de demostrar la no complicidad en el ataque.
Implicaciones para la posición estratégica de los EEUU
La percepción en el Oriente Medio de un futuro “des-americanizado” en la región, no es infundado. Los Estados Unidos es muy probable que se retire de Irak a finales de 2011, dejando a Irán desempeñar un papel central del poder. Hasta entonces, los EEUU estarán limitados por su programa iraquí a abstenerse de cualquier crisis grave con Irán, para que no tome represalias en el teatro iraquí. En el teatro afgano, sin la (improbable) inversión de recursos suficientes adicionales, los EEUU no alcanzarán la derrota estratégica de los talibanes y sus simpatizantes; tampoco el nivel actual de intervención militar o los esfuerzos para llegar a acuerdos con partes de los talibanes logrará la eliminación de Al-Qaeda en Afganistán. Hay motivos para pensar que un escenario de continuidad del compromiso militar estadounidense en Afganistán, sin ningún tipo de resolución real en el horizonte (sobre todo si aumenta el número de bajas estadounidenses), puede provocar cambios en la opinión pública estadounidense sobre esta guerra. La guerra con los talibanes ya se ha extendido a Pakistán. Sin embargo, mientras que los EEUU debe confiar en Pakistán por la guerra contra Al-Qaeda, existe una posibilidad real de que los talibanes amplíen su “esfera de influencia” en Pakistán, tanto geográfica como institucionalmente en sus dirigentes religiosos, e incluso dentro del propio régimen. Esta evolución podría afectar la estabilidad de este país y su voluntad de cooperar con los EEUU y la señal de la decadencia del poder estadounidense en otra zona más [en este contexto específico y a fin de intentar evitar esa situación, cabría situar la posterior captura y muerte de Bin Laden; con ella han 'matado dos pájaros de un tiro': limitar las eventuales pretensiones del mundo talibán e inyectar en su opinión pública una imagen exitosa...]. Desde el punto de vista de los Estados árabes sunitas, la política de EEUU en Irak, permitiendo a Irán un punto de apoyo en ese país, aceptando el predominio de Hezbolláh en el Líbano y la apertura hacia el movimiento (relativamente pro-iraní) de la Hermandad Musulmana, indican que los EEUU ve a Irán como el poder del futuro en la región.
El futuro de los intereses estadounidenses en Oriente Medio (y los intereses de sus aliados en la región) depende sobre todo del resultado de los esfuerzos para impedir que Irán adquiera un Estado nuclear. Si Irán es percibido como Estado que ha cruzado el umbral nuclear habrán “ganado” frente a las presiones de la comunidad internacional. Se convertirá en un modelo para los movimientos radicales en todo el mundo musulmán y estarán en su camino hacia el logro deseado de su hegemonía en la región. Mientras que este umbral no sea cruzado el gobierno de EEUU puede reclamar el éxito de su política de compromiso (por lo menos como una táctica). El retraso de Irán en cruzar el umbral, sin embargo, no retrasa el proceso de disminución en la voluntad de confiar en los Estados Unidos. La impresión acumulativa de la reticencia estadounidense para enfrentarse a Irán por temor a las represalias iraníes exacerba la preocupación en la región de que los países pro-occidentales no podrán contar, cuando la suerte esté echada, con los Estados Unidos.
El fracaso de impedir a Irán acercarse al umbral nuclear, seguramente intensificará el paseo de otros Estados en la región a por armas nucleares. El incremento en la demanda de materiales nucleares y conocimientos inducirá probablemente el incremento de la oferta. Los principales proveedores de éstos serán Pakistán y Corea del Norte (dos naciones nucleares que pueden convertirse en Estados fracasados a corto plazo). La posibilidad de una “crisis” en estos países puede llevar a los elementos responsables del programa nuclear a entrar en el mercado. El incremento de la demanda traería probablemente a empresas chinas y rusas de nuevo al mercado. El incremento de la oferta inducirá probablemente una demanda adicional, con países de Oriente Medio y otras regiones acelerando sus programas nucleares para aprovechar el mercado. La suposición en Washington de que las promesas americanas de ampliar la disuasión contendrán la marea de la proliferación a otros países, como hizo en el Este de Asia, ignora el daño en la credibilidad de mantener dichas garantías después de que los EEUU no logre impedir que Irán pase a ser nuclear. La disposición de las partes implicadas a contar con garantías de América ya ha disminuido y disminuirá, todavía más, una vez que Irán logre incluso un Estado nuclear incipiente. Es dudoso que los EEUU sea capaz de proporcionar el gran despliegue de perfil militar necesario para respaldar esas garantías. Las dificultades vendrán tanto de consideraciones domésticas americanas como de presiones internas de la región, con los aliados de EEUU haciendo frente a la oposición islamista y alimentada por Irán para que finalicen las relaciones de seguridad con los EEUU.
La Administración puede intentar equilibrar la percepción de haber abandonado a sus aliados árabes vendiéndoles armas avanzadas (un paso ya iniciado con respecto a Arabia Saudí, Egipto y algunos de los Estados del Golfo) y por el argumento de que la retirada de Irak, y, finalmente, de Afganistán, en última instancia mejorará la flexibilidad operativa americana y por tanto su fuerza de disuasión respecto a Irán. Sin embargo, no es probable que a los regímenes árabes conservadores les satisfaga esa afirmación y es poco probable que el refuerzo de sus capacidades estratégicas les proporcione el nivel de confianza que se necesita para desafiar las aspiraciones iraníes. En cualquier caso, los Estados árabes sunitas demandarían probablemente (al menos por razones de carácter nacional) que las promesas estadounidenses sobre la disuasión incluyeran garantías en contra de Israel y esfuerzos para desarmar a Israel, tanto como a Irán. Así, ciertos pasos que pudieran ser adoptados por la Administración para contrarrestar la disminución de la proyección del poder estadounidense podrían tener un efecto adverso sobre la postura de disuasión de Israel.
Las consecuencias estratégicas (de hecho, históricas) de un Irán en apariencia nuclear deberían impulsar a los países de la región a la acción. Sin embargo, a la luz de la percepción de que EEUU se retira, muchos de los regímenes de la región ya se están acomodando para el nuevo barrio de “vecinos fuertes”. Esto es evidente en el comportamiento de Qatar, Omán e incluso la propia Arabia Saudí. Irán probablemente aproveche este período de inferioridad estratégica árabe para consolidar su hegemonía en la región. Un buen ejemplo puede ser por la renovación de su llamamiento para “dejar la seguridad del Golfo en manos de los mismos países del Golfo” (un eufemismo de la hegemonía iraní sin presencia estadounidense o británica). En esta demanda, Irán será capaz de aprovechar el hecho de que el fracaso de EEUU para impedir un Irán nuclear y la imagen en la región de la Administración Obama, como conciliadora respecto a Irán, disminuirá cualquier fe que los países de la región puedan tener en garantías americanas. La capacidad de Irán para emplear la subversión también hará más difícil, para los regímenes que siguen confiando en el “infiel”, defenderse del “musulmán” Irán. Otras consecuencias se dejarán sentir en el corazón de Oriente Medio; las posibilidades de destetar a Siria de la órbita iraní y promover la estabilidad en el Líbano, donde el sustituto de Irán (Hezbolláh) ya se ha convertido en el traficante de influencias clave, serán cada vez más escasas. Hamas, delegación palestina de Irán, sentirá que tiene una correa más larga. Las posibilidades de que la Autoridad Palestina esté dispuesta a tomar medidas audaces para un acuerdo de paz con Israel, también disminuirán.
Para el régimen wahabí de Arabia Saudí, que nació como un movimiento anti-chií, la hegemonía de Irán (es decir, chiíta) es una pesadilla hecha realidad. Al mismo tiempo, regímenes conservadores árabes laicos como Egipto y Jordania temen que los EEUU estén en el proceso de cambio de su apoyo a la “vieja guardia” de la región hacia las fuerzas populares de oposición como los Hermanos Musulmanes. La creciente ansiedad en los Estados del Golfo a partir de una “amenaza chiíta”, debido a las perspectivas de un Irán nuclear y el aumento de la influencia chií (Irán) en Irak, Siria y el Líbano, podría llevar a una mayor colaboración estratégica entre estos regímenes y elementos islámicos radicales sobre la base de una “plataforma” anti-chií común para ambas partes. Sin embargo, estos regímenes no podrán obligar a las organizaciones radicales que patrocinan a restringir sus actividades militantes exclusivamente hacia objetivos chiítas e iraníes y evitar acciones contra los occidentales “infieles” e Israel.
Estas tendencias no son irreversibles. Los acontecimientos en la región pueden imponer a la Administración un cambio de política y volver a un nivel más alto de participación en la región. Algunos posibles escenarios y acontecimientos pueden provocar el cambio y la re-evaluación de la política regional de EEUU: el cambio de régimen (o incluso la sucesión dentro de los regímenes que traería más juventud, líderes más radicales e inexpertos al timón) en los Estados clave de la región (Arabia Saudita, Egipto); los acontecimientos internos en Irak y Afganistán, que podrían socavar los planes de reorganización y retirada de los EEUU de esos países; el deterioro de la situación interna en Pakistán; un progreso significativo en el programa nuclear iraní; el futuro de Yemen como una base de Al-Qaeda, y los principales ataques terroristas originarios de uno de los países de la región. La política estadounidense hacia el Oriente Medio también puede volcarse por la evolución de las relaciones con Rusia, China y Corea del Norte.
La política, como la naturaleza, aborrece el vacío. La retirada consciente de los Estados Unidos del papel que desempeñó desde mediados de 1970 como primera potencia en el Oriente Medio abrirá las puertas para otros jugadores; locales como Irán que buscará la hegemonía regional, y globales como Rusia y China. Los Estados Unidos todavía pueden revertir la tendencia de volver a dibujar sus líneas en la arena y reconsiderar su cambio de posición global.
El futuro de los intereses estadounidenses en Oriente Medio (y los intereses de sus aliados en la región) depende sobre todo del resultado de los esfuerzos para impedir que Irán adquiera un Estado nuclear. Si Irán es percibido como Estado que ha cruzado el umbral nuclear habrán “ganado” frente a las presiones de la comunidad internacional. Se convertirá en un modelo para los movimientos radicales en todo el mundo musulmán y estarán en su camino hacia el logro deseado de su hegemonía en la región. Mientras que este umbral no sea cruzado el gobierno de EEUU puede reclamar el éxito de su política de compromiso (por lo menos como una táctica). El retraso de Irán en cruzar el umbral, sin embargo, no retrasa el proceso de disminución en la voluntad de confiar en los Estados Unidos. La impresión acumulativa de la reticencia estadounidense para enfrentarse a Irán por temor a las represalias iraníes exacerba la preocupación en la región de que los países pro-occidentales no podrán contar, cuando la suerte esté echada, con los Estados Unidos.
El fracaso de impedir a Irán acercarse al umbral nuclear, seguramente intensificará el paseo de otros Estados en la región a por armas nucleares. El incremento en la demanda de materiales nucleares y conocimientos inducirá probablemente el incremento de la oferta. Los principales proveedores de éstos serán Pakistán y Corea del Norte (dos naciones nucleares que pueden convertirse en Estados fracasados a corto plazo). La posibilidad de una “crisis” en estos países puede llevar a los elementos responsables del programa nuclear a entrar en el mercado. El incremento de la demanda traería probablemente a empresas chinas y rusas de nuevo al mercado. El incremento de la oferta inducirá probablemente una demanda adicional, con países de Oriente Medio y otras regiones acelerando sus programas nucleares para aprovechar el mercado. La suposición en Washington de que las promesas americanas de ampliar la disuasión contendrán la marea de la proliferación a otros países, como hizo en el Este de Asia, ignora el daño en la credibilidad de mantener dichas garantías después de que los EEUU no logre impedir que Irán pase a ser nuclear. La disposición de las partes implicadas a contar con garantías de América ya ha disminuido y disminuirá, todavía más, una vez que Irán logre incluso un Estado nuclear incipiente. Es dudoso que los EEUU sea capaz de proporcionar el gran despliegue de perfil militar necesario para respaldar esas garantías. Las dificultades vendrán tanto de consideraciones domésticas americanas como de presiones internas de la región, con los aliados de EEUU haciendo frente a la oposición islamista y alimentada por Irán para que finalicen las relaciones de seguridad con los EEUU.
La Administración puede intentar equilibrar la percepción de haber abandonado a sus aliados árabes vendiéndoles armas avanzadas (un paso ya iniciado con respecto a Arabia Saudí, Egipto y algunos de los Estados del Golfo) y por el argumento de que la retirada de Irak, y, finalmente, de Afganistán, en última instancia mejorará la flexibilidad operativa americana y por tanto su fuerza de disuasión respecto a Irán. Sin embargo, no es probable que a los regímenes árabes conservadores les satisfaga esa afirmación y es poco probable que el refuerzo de sus capacidades estratégicas les proporcione el nivel de confianza que se necesita para desafiar las aspiraciones iraníes. En cualquier caso, los Estados árabes sunitas demandarían probablemente (al menos por razones de carácter nacional) que las promesas estadounidenses sobre la disuasión incluyeran garantías en contra de Israel y esfuerzos para desarmar a Israel, tanto como a Irán. Así, ciertos pasos que pudieran ser adoptados por la Administración para contrarrestar la disminución de la proyección del poder estadounidense podrían tener un efecto adverso sobre la postura de disuasión de Israel.
Las consecuencias estratégicas (de hecho, históricas) de un Irán en apariencia nuclear deberían impulsar a los países de la región a la acción. Sin embargo, a la luz de la percepción de que EEUU se retira, muchos de los regímenes de la región ya se están acomodando para el nuevo barrio de “vecinos fuertes”. Esto es evidente en el comportamiento de Qatar, Omán e incluso la propia Arabia Saudí. Irán probablemente aproveche este período de inferioridad estratégica árabe para consolidar su hegemonía en la región. Un buen ejemplo puede ser por la renovación de su llamamiento para “dejar la seguridad del Golfo en manos de los mismos países del Golfo” (un eufemismo de la hegemonía iraní sin presencia estadounidense o británica). En esta demanda, Irán será capaz de aprovechar el hecho de que el fracaso de EEUU para impedir un Irán nuclear y la imagen en la región de la Administración Obama, como conciliadora respecto a Irán, disminuirá cualquier fe que los países de la región puedan tener en garantías americanas. La capacidad de Irán para emplear la subversión también hará más difícil, para los regímenes que siguen confiando en el “infiel”, defenderse del “musulmán” Irán. Otras consecuencias se dejarán sentir en el corazón de Oriente Medio; las posibilidades de destetar a Siria de la órbita iraní y promover la estabilidad en el Líbano, donde el sustituto de Irán (Hezbolláh) ya se ha convertido en el traficante de influencias clave, serán cada vez más escasas. Hamas, delegación palestina de Irán, sentirá que tiene una correa más larga. Las posibilidades de que la Autoridad Palestina esté dispuesta a tomar medidas audaces para un acuerdo de paz con Israel, también disminuirán.
Para el régimen wahabí de Arabia Saudí, que nació como un movimiento anti-chií, la hegemonía de Irán (es decir, chiíta) es una pesadilla hecha realidad. Al mismo tiempo, regímenes conservadores árabes laicos como Egipto y Jordania temen que los EEUU estén en el proceso de cambio de su apoyo a la “vieja guardia” de la región hacia las fuerzas populares de oposición como los Hermanos Musulmanes. La creciente ansiedad en los Estados del Golfo a partir de una “amenaza chiíta”, debido a las perspectivas de un Irán nuclear y el aumento de la influencia chií (Irán) en Irak, Siria y el Líbano, podría llevar a una mayor colaboración estratégica entre estos regímenes y elementos islámicos radicales sobre la base de una “plataforma” anti-chií común para ambas partes. Sin embargo, estos regímenes no podrán obligar a las organizaciones radicales que patrocinan a restringir sus actividades militantes exclusivamente hacia objetivos chiítas e iraníes y evitar acciones contra los occidentales “infieles” e Israel.
Estas tendencias no son irreversibles. Los acontecimientos en la región pueden imponer a la Administración un cambio de política y volver a un nivel más alto de participación en la región. Algunos posibles escenarios y acontecimientos pueden provocar el cambio y la re-evaluación de la política regional de EEUU: el cambio de régimen (o incluso la sucesión dentro de los regímenes que traería más juventud, líderes más radicales e inexpertos al timón) en los Estados clave de la región (Arabia Saudita, Egipto); los acontecimientos internos en Irak y Afganistán, que podrían socavar los planes de reorganización y retirada de los EEUU de esos países; el deterioro de la situación interna en Pakistán; un progreso significativo en el programa nuclear iraní; el futuro de Yemen como una base de Al-Qaeda, y los principales ataques terroristas originarios de uno de los países de la región. La política estadounidense hacia el Oriente Medio también puede volcarse por la evolución de las relaciones con Rusia, China y Corea del Norte.
La política, como la naturaleza, aborrece el vacío. La retirada consciente de los Estados Unidos del papel que desempeñó desde mediados de 1970 como primera potencia en el Oriente Medio abrirá las puertas para otros jugadores; locales como Irán que buscará la hegemonía regional, y globales como Rusia y China. Los Estados Unidos todavía pueden revertir la tendencia de volver a dibujar sus líneas en la arena y reconsiderar su cambio de posición global.
[Cf: Dr. Shmuel Bar (Director de Estudios del Instituto de Política y Estrategia, Herzliya, Israel), «La Abdicación de América - Oriente Medio después de Estados Unidos», Friends of Israel Initiative, paper nº -2-, 14-sep-2010, 17 págs.]
versión original en inglés:
No hay comentarios:
Publicar un comentario