A partir del 1 de mayo de 1948, mientras árabes y judíos se enzarzaban en guerra cada vez más abierta y generalizada, las autoridades y la burocracia del Mandato británico iniciaron la evacuación de Palestina. Se llevaron todo, incluida la caja. Y permitieron que el país se sumiera en el caos. Dejaron de funcionar los ferrocarriles, no se aceptaba ni se repartía correo, la policía se había licenciado, cerraron los tribunales. El mando de la Haganah resumía la situación militar en un informe interno que decía: «La situación es desesperada, pero no grave». Y proponía a sus hombres, como principal ventaja frente a la abrumadora superioridad enemiga, el valor, la decisión, la inteligencia táctica.
Desde el 19 de marzo el embajador americano en la ONU había anunciado que la partición había de suspenderse, por lo que los mandos árabes propusieron un aplazamiento de la ofensiva general en vista de que además sus ejércitos sólo contaban municiones para quince días, dato que el mando judío conocía muy bien. El Rey de Trans-Jordania se sumía en la duda; veía cada vez más difícil su plan de incorporar a su reino la Palestina árabe y poco antes, en noviembre de 1947, había mantenido contactos secretos con la Agencia Judía que le ofrecía, sin lucha, la Palestina árabe si se retiraba de la guerra general contra Israel. Golda Meir, disfrazada de campesina árabe, se presentó en Amman y pidió al Rey confirmaciones sobre su abstención. La respuesta fue ambigua e inaceptable, pero la Agencia había introducido hábilmente una cuña en el frente conjunto del enemigo. El 14 de mayo el alto comisario, con todo su estado mayor y colaboradores, salió del territorio y proclamó desde un crucero el final del Mandato para esa misma noche a las cero horas. A las cuatro de la tarde doscientas cuarenta personas se reunían en el Museo de Tel-Aviv para escuchar la declaración de independencia que fundaba Eretz Israel, para esas mismas cero horas del 15 de mayo. Ben Gurion leyó su proclamación pausadamente, mientras el caos sangriento se adueñaba de toda Palestina:
«Eretz Israel, la Tierra de Israel, fue el lugar de nacimiento del pueblo judío. Aquí se formó su identidad espiritual, religiosa y política. Aquí logró por primera vez condición de Estado, creó valores culturales de significación nacional y universal y dio al mundo el eterno Libro de los Libros…» Siguió con todas las grandes evocaciones de Israel. El ansia permanente por el retorno después de la expulsión forzosa y la diáspora. El voto de todas las generaciones de Israel para regresar a su tierra. El esfuerzo de quienes habían hecho florecer los desiertos. La resurrección de la lengua hebrea. La construcción de un Hogar Nacional. En un acto de suprema elegancia no hizo alusión alguna a la torpísima y materialista actitud británica contra Israel desde el Libro Blanco de 1939, para no manchar la gloria de la Declaración Balfour.
«De acuerdo con todo ello –terminaba- nosotros, miembros del Consejo del Pueblo, representantes de la Comunidad Judía de Eretz Israel, y del Movimiento sionista, estamos reunidos aquí en el día de la terminación del Mandato británico sobre Eretz Israel. Y en virtud de nuestros derechos y del vigor de la resolución de las Naciones Unidas en Asamblea General, declaramos el establecimiento de un Estado Judío en Eretz Israel, que se conocerá como Estado de Israel. Declaramos esto, con efecto desde el momento de la terminación del Mandato, que es esta noche, la víspera del shabat, el 6 de Iyar de 5708 (15 de mayo de 1948) hasta el establecimiento de las autoridades regulares y elegidas del Estado de acuerdo con la Constitución que será adoptada por asamblea constituyente elegida no después del 1 de octubre de 1948; el Consejo del Pueblo actuará como un Consejo provisional de Estado y su órgano ejecutivo, la Administración del Pueblo, será el gobierno provisional del Estado Judío que se llamará Israel…» Acto seguido declara su sitio por el desarrollo, basado en la libertad, la justicia y la paz predichas por los Profetas; asegurando las libertades de religión, conciencia, lengua, educación y cultura; salvaguardando los santos lugares de todas las religiones; apelando a los habitantes árabes, en medio del asalto desencadenado, para que participen en pie de igualdad y ciudadanía en la construcción del Estado. Llamando al pueblo de la diáspora para que se una al Estado en el sueño de todos los tiempos, la redención de Israel. Y «colocando nuestra confianza en el Todopoderoso» firmaron los consejeros... El acto terminó con: «Bendito seas Tú, oh Eterno, nuestro Di-s, Rey del Universo, que nos has conservado vivos y salvado y permitido que viéramos este día». Cuando salían del museo, transportados por la emoción, apenas mostraron atención a las sirenas que avisaban del primer ataque lanzado por la aviación egipcia.
Se equivocan los historiadores que pasan como sobre ascuas por las guerras de Israel tal vez por alergia a la historia militar. Para el ser y la supervivencia del Israel moderno las guerras de Israel no sólo son paréntesis castrenses, sucesiones de héroes y batallas, sino claves de esa historia que merecen una atención muy detenida.
Mientras la aviación egipcia comienza a bombardear Tel-Aviv, cinco ejércitos saltan sobre las fronteras para arrojar al mar a los judíos. El ejército libanés, avanzó por el norte; el sirio trató de aislar Galilea al meter una cuña por el sur del lago Genesaret; las tropas de Irak pretendieron llegar al mar entre Haifa y Tel-Aviv; la Legión árabe de Trans-Jordania, que ya había arrasado Kfar Etzion, quiso expulsar a los judíos de Jerusalén y el ejército egipcio avanzaba desde el sur sobre los asentamientos del Neguev y la capital provisional del Estado.
Además otros dos declararon la guerra: Yemen, sin enviar tropas, y Arabia Saudí, que puso bajo mando egipcio una unidad simbólica. Parecía demasiado elemental pero no aseguraba la coordinación de las distintas penetraciones ni tenían en cuenta la voluntad de resistencia total por parte de la población judía, ni la capacidad militar de la Haganah; que conocía la verdadera desorganización del enemigo escondida entre su fachada. Su capacidad defensiva y logística sorprendió al mundo entero, sobre todo a los invasores que se habían dejado conducir hasta el campo de batalla. Junto con la capacidad defensiva que parecía ilimitada, con participación de hombres, mujeres, niños y ancianos de los asentamientos junto a las unidades militares, resaltó la capacidad de movimiento y maniobra de la Haganah, que trasladaba sus unidades de un punto a otro de Palestina en cuanto habían cumplido una misión para acudir a otra, y la capacidad para transportar a los puntos comprometidos el armamento pesado que no existía al empezar la guerra pero que iba afluyendo a los puertos de Israel, incluyendo carros, aviones y piezas ligeras pero muy modernas.
Durante la madrugada del 6 de octubre de 1973, en la guerra del Yom Kipur, miles de comandos egipcios arrastraban sus botes de goma al amparo de la rampa occidental del canal de Suez mientras la artillería y los cohetes móviles se situaban inmediatamente detrás en posición para cuando se diera la señal del cruce. Las patrullas israelíes advirtieron novedades extrañas que comunicaron confusamente al cuartel general del Sinaí y éste al estado mayor general, cuyo jefe, David Eleazar, visitó al ministro de Defensa para recomendar una llamada urgente a todas las reservas de Israel; cansadas de otras falsas alarmas. Con todo, tanto Moshé Dayan como Eleazar apostaron por el teatro sirio; que contaba diez veces menos penetración (25 km) que el Sinaí. Aquí estaba el peligro mortal, porque en caso de ruptura los sirios podían cortar Galilea del resto del país y caer luego sobre Judea, Samaria y la Plana de Sharon; mientras en el Sinaí, pese a que parecía desorganizado, permitía escalonar la resistencia y ceder hasta 200 km de desierto. Dayan se presentó personalmente en el Golán y, ante el General Rafael Eitan y el jefe de la aviación reunidos con Golda Meir y David Eleazar resumió la situación: «El destino del Tercer Templo está en peligro»
Hasta el último tanque sirio luchaba en el Golán durante el 8 de octubre, pero la reanudación de la cobertura aérea israelí desconcertó un tanto a los atacantes y cuando apuntaba el día 9 el General Eitan comunicó una nueva orden suicida al Coronel Janos: «Pase usted al ataque». No discutió, por absurda. En efecto, durante la misma mañana del 9 el General Moshé Peled llegaba a la orilla oriental del mar de Galilea y relevaba a las agotadísimas fuerzas de Janos; a quien felicitó su jefe, Eitan, con otra frase agónica: «Ha salvado usted al pueblo de Israel».
Ariel Sharon, a quien Dayan había llamado del retiro para ponerle al frente de su agrupación de choque en el Sinaí, después de conseguir los egipcios ampliar sus cabezas de puente, comunicó al mando que en ese mismo punto había construido él, durante la guerra de los seis días en el 67, una infraestructura para un posible cruce del canal. Y reclamó al alto mando permiso para cruzar y tomar de revés a los ejércitos egipcios; pero sólo obtuvo la orden de esperar. En el lado sirio, el día 12 la Unión Soviética informa a Kissinger que para evitar la caída de Damasco las fuerzas soviéticas se disponen a intervenir; frenando Israel su contraofensiva cuando tenían a la vista la capital Siria. En el sur, frente a setenta mil soldados egipcios que han cruzado el canal, se encuentran las dos divisiones de Adán y Sharon, muy dañadas. Al atardecer del 15, recibe por fin Sharon la orden de cruzar. El 20, la propia ciudad de El Cairo quedaba indefensa.
A sugerencia soviética, los árabes decidieron utilizar el petróleo como arma. Este precedente de embargo petrolífero fue trascendental provocando una gran crisis. Los árabes se hicieron conscientes de su poder, la extendieron a guerra mundial y provocaron, de inmediato, que Europa se postrara a sus pies. Los americanos tuvieron que organizar sus puentes aéreos desde Las Azores cuando el resto de Europa les prohibió utilizar sus aeropuertos. Kosygin y Kissinger forzaron un alto el fuego. Fuerzas de la armada soviética se sitúan en el mediterráneo y Estados Unidos pasa a alerta 3.
Después de que Kissinger convenciera al gobierno de Israel para que no extremase su venganza contra los egipcios, el sábado 27 los mandos beligerantes se reúnen en el Km. 101 de la carretera El Cairo-Suez y acordaban el armisticio efectivo. Esta última victoria de Israel le costó un precio altísimo; y no fue tan absoluta y humillante como en las tres anteriores. Israel no celebró nada. Los árabes cantaron victoria:
Israel perdió dos mil quinientos veintidós hombres, el uno por mil de su población; los árabes dieciocho mil. Israel perdió ochocientos carros y ciento quince aviones; los árabes mil doscientos cincuenta carros y cuatrocientos cincuenta aviones. Los prisioneros árabes fueron ocho mil ochocientos; los judíos cuatrocientos.
Esperaban años muy duros, pero se había salvado lo esencial: el pueblo y la Tierra de Israel.
[Cf: R. de la Cierva, «El Tercer Templo»]
Desde el 19 de marzo el embajador americano en la ONU había anunciado que la partición había de suspenderse, por lo que los mandos árabes propusieron un aplazamiento de la ofensiva general en vista de que además sus ejércitos sólo contaban municiones para quince días, dato que el mando judío conocía muy bien. El Rey de Trans-Jordania se sumía en la duda; veía cada vez más difícil su plan de incorporar a su reino la Palestina árabe y poco antes, en noviembre de 1947, había mantenido contactos secretos con la Agencia Judía que le ofrecía, sin lucha, la Palestina árabe si se retiraba de la guerra general contra Israel. Golda Meir, disfrazada de campesina árabe, se presentó en Amman y pidió al Rey confirmaciones sobre su abstención. La respuesta fue ambigua e inaceptable, pero la Agencia había introducido hábilmente una cuña en el frente conjunto del enemigo. El 14 de mayo el alto comisario, con todo su estado mayor y colaboradores, salió del territorio y proclamó desde un crucero el final del Mandato para esa misma noche a las cero horas. A las cuatro de la tarde doscientas cuarenta personas se reunían en el Museo de Tel-Aviv para escuchar la declaración de independencia que fundaba Eretz Israel, para esas mismas cero horas del 15 de mayo. Ben Gurion leyó su proclamación pausadamente, mientras el caos sangriento se adueñaba de toda Palestina:
«Eretz Israel, la Tierra de Israel, fue el lugar de nacimiento del pueblo judío. Aquí se formó su identidad espiritual, religiosa y política. Aquí logró por primera vez condición de Estado, creó valores culturales de significación nacional y universal y dio al mundo el eterno Libro de los Libros…» Siguió con todas las grandes evocaciones de Israel. El ansia permanente por el retorno después de la expulsión forzosa y la diáspora. El voto de todas las generaciones de Israel para regresar a su tierra. El esfuerzo de quienes habían hecho florecer los desiertos. La resurrección de la lengua hebrea. La construcción de un Hogar Nacional. En un acto de suprema elegancia no hizo alusión alguna a la torpísima y materialista actitud británica contra Israel desde el Libro Blanco de 1939, para no manchar la gloria de la Declaración Balfour.
«De acuerdo con todo ello –terminaba- nosotros, miembros del Consejo del Pueblo, representantes de la Comunidad Judía de Eretz Israel, y del Movimiento sionista, estamos reunidos aquí en el día de la terminación del Mandato británico sobre Eretz Israel. Y en virtud de nuestros derechos y del vigor de la resolución de las Naciones Unidas en Asamblea General, declaramos el establecimiento de un Estado Judío en Eretz Israel, que se conocerá como Estado de Israel. Declaramos esto, con efecto desde el momento de la terminación del Mandato, que es esta noche, la víspera del shabat, el 6 de Iyar de 5708 (15 de mayo de 1948) hasta el establecimiento de las autoridades regulares y elegidas del Estado de acuerdo con la Constitución que será adoptada por asamblea constituyente elegida no después del 1 de octubre de 1948; el Consejo del Pueblo actuará como un Consejo provisional de Estado y su órgano ejecutivo, la Administración del Pueblo, será el gobierno provisional del Estado Judío que se llamará Israel…» Acto seguido declara su sitio por el desarrollo, basado en la libertad, la justicia y la paz predichas por los Profetas; asegurando las libertades de religión, conciencia, lengua, educación y cultura; salvaguardando los santos lugares de todas las religiones; apelando a los habitantes árabes, en medio del asalto desencadenado, para que participen en pie de igualdad y ciudadanía en la construcción del Estado. Llamando al pueblo de la diáspora para que se una al Estado en el sueño de todos los tiempos, la redención de Israel. Y «colocando nuestra confianza en el Todopoderoso» firmaron los consejeros... El acto terminó con: «Bendito seas Tú, oh Eterno, nuestro Di-s, Rey del Universo, que nos has conservado vivos y salvado y permitido que viéramos este día». Cuando salían del museo, transportados por la emoción, apenas mostraron atención a las sirenas que avisaban del primer ataque lanzado por la aviación egipcia.
Se equivocan los historiadores que pasan como sobre ascuas por las guerras de Israel tal vez por alergia a la historia militar. Para el ser y la supervivencia del Israel moderno las guerras de Israel no sólo son paréntesis castrenses, sucesiones de héroes y batallas, sino claves de esa historia que merecen una atención muy detenida.
Mientras la aviación egipcia comienza a bombardear Tel-Aviv, cinco ejércitos saltan sobre las fronteras para arrojar al mar a los judíos. El ejército libanés, avanzó por el norte; el sirio trató de aislar Galilea al meter una cuña por el sur del lago Genesaret; las tropas de Irak pretendieron llegar al mar entre Haifa y Tel-Aviv; la Legión árabe de Trans-Jordania, que ya había arrasado Kfar Etzion, quiso expulsar a los judíos de Jerusalén y el ejército egipcio avanzaba desde el sur sobre los asentamientos del Neguev y la capital provisional del Estado.
Además otros dos declararon la guerra: Yemen, sin enviar tropas, y Arabia Saudí, que puso bajo mando egipcio una unidad simbólica. Parecía demasiado elemental pero no aseguraba la coordinación de las distintas penetraciones ni tenían en cuenta la voluntad de resistencia total por parte de la población judía, ni la capacidad militar de la Haganah; que conocía la verdadera desorganización del enemigo escondida entre su fachada. Su capacidad defensiva y logística sorprendió al mundo entero, sobre todo a los invasores que se habían dejado conducir hasta el campo de batalla. Junto con la capacidad defensiva que parecía ilimitada, con participación de hombres, mujeres, niños y ancianos de los asentamientos junto a las unidades militares, resaltó la capacidad de movimiento y maniobra de la Haganah, que trasladaba sus unidades de un punto a otro de Palestina en cuanto habían cumplido una misión para acudir a otra, y la capacidad para transportar a los puntos comprometidos el armamento pesado que no existía al empezar la guerra pero que iba afluyendo a los puertos de Israel, incluyendo carros, aviones y piezas ligeras pero muy modernas.
Durante la madrugada del 6 de octubre de 1973, en la guerra del Yom Kipur, miles de comandos egipcios arrastraban sus botes de goma al amparo de la rampa occidental del canal de Suez mientras la artillería y los cohetes móviles se situaban inmediatamente detrás en posición para cuando se diera la señal del cruce. Las patrullas israelíes advirtieron novedades extrañas que comunicaron confusamente al cuartel general del Sinaí y éste al estado mayor general, cuyo jefe, David Eleazar, visitó al ministro de Defensa para recomendar una llamada urgente a todas las reservas de Israel; cansadas de otras falsas alarmas. Con todo, tanto Moshé Dayan como Eleazar apostaron por el teatro sirio; que contaba diez veces menos penetración (25 km) que el Sinaí. Aquí estaba el peligro mortal, porque en caso de ruptura los sirios podían cortar Galilea del resto del país y caer luego sobre Judea, Samaria y la Plana de Sharon; mientras en el Sinaí, pese a que parecía desorganizado, permitía escalonar la resistencia y ceder hasta 200 km de desierto. Dayan se presentó personalmente en el Golán y, ante el General Rafael Eitan y el jefe de la aviación reunidos con Golda Meir y David Eleazar resumió la situación: «El destino del Tercer Templo está en peligro»
Hasta el último tanque sirio luchaba en el Golán durante el 8 de octubre, pero la reanudación de la cobertura aérea israelí desconcertó un tanto a los atacantes y cuando apuntaba el día 9 el General Eitan comunicó una nueva orden suicida al Coronel Janos: «Pase usted al ataque». No discutió, por absurda. En efecto, durante la misma mañana del 9 el General Moshé Peled llegaba a la orilla oriental del mar de Galilea y relevaba a las agotadísimas fuerzas de Janos; a quien felicitó su jefe, Eitan, con otra frase agónica: «Ha salvado usted al pueblo de Israel».
Ariel Sharon, a quien Dayan había llamado del retiro para ponerle al frente de su agrupación de choque en el Sinaí, después de conseguir los egipcios ampliar sus cabezas de puente, comunicó al mando que en ese mismo punto había construido él, durante la guerra de los seis días en el 67, una infraestructura para un posible cruce del canal. Y reclamó al alto mando permiso para cruzar y tomar de revés a los ejércitos egipcios; pero sólo obtuvo la orden de esperar. En el lado sirio, el día 12 la Unión Soviética informa a Kissinger que para evitar la caída de Damasco las fuerzas soviéticas se disponen a intervenir; frenando Israel su contraofensiva cuando tenían a la vista la capital Siria. En el sur, frente a setenta mil soldados egipcios que han cruzado el canal, se encuentran las dos divisiones de Adán y Sharon, muy dañadas. Al atardecer del 15, recibe por fin Sharon la orden de cruzar. El 20, la propia ciudad de El Cairo quedaba indefensa.
A sugerencia soviética, los árabes decidieron utilizar el petróleo como arma. Este precedente de embargo petrolífero fue trascendental provocando una gran crisis. Los árabes se hicieron conscientes de su poder, la extendieron a guerra mundial y provocaron, de inmediato, que Europa se postrara a sus pies. Los americanos tuvieron que organizar sus puentes aéreos desde Las Azores cuando el resto de Europa les prohibió utilizar sus aeropuertos. Kosygin y Kissinger forzaron un alto el fuego. Fuerzas de la armada soviética se sitúan en el mediterráneo y Estados Unidos pasa a alerta 3.
Después de que Kissinger convenciera al gobierno de Israel para que no extremase su venganza contra los egipcios, el sábado 27 los mandos beligerantes se reúnen en el Km. 101 de la carretera El Cairo-Suez y acordaban el armisticio efectivo. Esta última victoria de Israel le costó un precio altísimo; y no fue tan absoluta y humillante como en las tres anteriores. Israel no celebró nada. Los árabes cantaron victoria:
Israel perdió dos mil quinientos veintidós hombres, el uno por mil de su población; los árabes dieciocho mil. Israel perdió ochocientos carros y ciento quince aviones; los árabes mil doscientos cincuenta carros y cuatrocientos cincuenta aviones. Los prisioneros árabes fueron ocho mil ochocientos; los judíos cuatrocientos.
Esperaban años muy duros, pero se había salvado lo esencial: el pueblo y la Tierra de Israel.
[Cf: R. de la Cierva, «El Tercer Templo»]
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